De: Walter Saavedra - ching_tien_tao@yahoo.com
Fecha: Mar, 1 de Abr, 2008 10:17 pm
Asunto: HABITÓ ENTRE NOSOTROS: JOSÉ WATANABE Y POESÍA ACTUAL
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RODOLFO YBARRA
martes 1 de abril de 2008
HABITÓ ENTRE NOSOTROS: JOSÉ WATANABE Y POESÍA ACTUAL
lunes 31 de marzo de 2008
NUEVA REPRESIÓN EN EL JIRÓN QUILCA
URGENTE: de mi correo personal copio (sin cambios) este mensaje de Piero.
artistas y bohemios de killca comunicado
De: Piero Bustos (averoqatacadenuevo@hotmail.com)
Enviado: lunes, 31 de marzo de 2008 11:25:36 p.m.
El viernes 14 de marzo en el bar cultural YACANA infiltrados apristas disfrazados de jovenes parroquianos boicotearon los encuentros poéticos de la escuela de lima llegando a agredir en la calle a la conductora de dichos recitales poeticos.
Esa misma noche un centenar de policias cerró la cuadra 2 del jiron quilca deteniendo a decenas de jovenes que se hallaban comprando libros y bebiendo pacíficamente en los bares de esa comunidad. La intervención al AVERNO no pudieron lograrla del todo ante la decidida defensa del local de los bohermios ahi presentes quienes expulsaron a los invasores a punta de canciones y flashes de las cámaras celulares.
Después de la aparente calma de los feriados de semana santa exactamente el jueves 27 la policía ingreso nuevamente en gran numero al YACANA justo cuando estudiantes de bellas artes inaguraban una exposicion.
Con la misma modalidad pidieron documentos anotando nombres sospechosamente y levantando un acta donde denuncian el supuesto hallazgo de droga en la barra del bar.El administrador del local rechazo en todo momento esta imputacion aduciendo el sembrado de la droga para asi iniciar una campaña de desprestigio y amedrentamiento contra el YACANA.
Pero eso no es todo este viernes 28 de marzo la represion hizo nuevamente su visita a la calle quilca en busca de ´tipos peligrosos¨ camuflados de artistas .En esta oportunidad detuvieron a todas una tropa de sikuirs de la puerta del AVERNO llevandose a varios menores de edad a la comisaria.
Que es lo que busca el gobierno atraves de toda esta campaña represiva .Estara haciendo tal vez un inventario de artistas de izquierda para luego proceder a una descarnada caceria selectiva propia de los facistas.Estaran tal vez dando señales de advertencia para que la gente deje de pensar y cuestionar este miserable sistema imperialista.
Este comunicado es pues de denuncia contra aquellos ignorantes que tratan de encasillar lo que no entienden en el saco de los violentistas.
Nosotros los que paramos en quilca nos reafirmamos en la libertad de pensamiento y en la esperanza de que otro mundo es posible.
Hacemos responsable al gobierno Aprista de cualquier otro atropello a nuestros derechos humanos.
Seguiremos en en el camino trazado hace mas de 20 años cuando comenzamos a trabajar en esta historica calle.
Nos solidarizamos con todas las personas victimas de este clima de inseguridad y violencia que se ha instalado nuevamente en nuetra politica cotidiana.
quilca 1 de abril del 2008
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domingo 30 de marzo de 2008
ENTREVISTA A VÍCTOR CORAL EN "DOMINGO" DE "LA REPÚBLICA"
“Hay odios que atraviesan generaciones”
Crítico literario nada complaciente, Víctor Coral lleva dos décadas escribiendo sobre libros en diversas publicaciones. Ahora es además un blogger (Luz de Limbo) habituado a lidiar con las pasiones, inquinas y arbitrariedades del mundillo literario limeño. Sobre esas controversias, a veces menudas y otras realmente trascendentes, habla Coral en las siguientes líneas.
Por Raúl A. Mendoza C.
Foto: Claudia Alva
–Percibo que el ambiente literario está muy contaminado por enemistades irreconciliables. ¿Es verdad?
–Durante los más de veinte años que tengo dedicados a la literatura, he visto muchas rivalidades, enemistades y disputas, pero solo una mínima parte han sido ventiladas públicamente –lo de la desafortunada bronca "andinos"/"criollos" es casi una solitaria excepción–, la mayor parte de ellas se desarrollan soterradamente, y hay odios que atraviesan generaciones, pero creo que son básicamente de dos tipos: personales e ideológicos (en menor medida).
–¿No hay una raíz social? Digamos... "cholos" y "regios".
–Cada vez a menos gente le interesa si tal o cual escribe para el pueblo o para una élite, con tal de que lo haga bien –yo mismo leo con el mismo placer a Ampuero y a Miguel Gutiérrez–, sí hay, en cambio, disputas personales con respecto a espacios en medios y a acceso a editoriales, pero esa es una preocupación secundaria con respecto al hecho literario. En lo principal, que es la calidad, creo que hay empate. Decir nombres, en consecuencia, sería irrelevante.
– La blogósfera literaria te ha tenido en el centro de la batalla ¿Nos puedes contar un poco de estos avatares?
–La blogósfera literaria está en formación. Digamos que el Big Bang acaba de darse y todo se ve medio revuelto, pero eso irá asentándose. Creo que hay cuatro o cinco blogs (decir cuáles sería de mal gusto) que están haciendo bien el trabajo, aunque sesgados por sus intereses personales (otra vez) y por la ideología. Con el tiempo irán quedando unos tres o cuatro como referentes y los otros irán desapareciendo.
–¿Quedarán los referentes? Pero los sensacionalistas son también muy visitados
–Quedarán muy pocos, porque la blogósfera literaria tiene una dinámica y una libertad que son materialmente imposibles en medios físicos. Para quedar como referente, empero, tiene que haber seriedad. Eso es lo que he tratado de hacer con mi blog desde hace más de medio año. Menos polémica y más trabajo crítico, así avanzaremos.
–Así como hay enemigos, hay "amiguismos". ¿Qué opinas de críticos que comentan a sus amigos?
–Es válido, pero debe evitarse en lo posible. Hay demasiados creadores ahora, muchos de ellos jóvenes, que necesitan atención; ¿nos vamos a restringir a nuestros cinco o diez amigos? Me parece mezquino.
–¿Crees que hay envidia en algunas críticas? Faverón acusó a "La Cuarta Espada" de banal. Se habla de muchas incorrecciones en este libro, un poco difícil que sea solo "mala leche" contra Roncagliolo.
–No, no es solo mala leche. De hecho ese es el libro más irregular de Santiago, pero eso no quita que puede haber críticos que vengan siguiéndole la pista, con mala leche, a la trayectoria de Roncagliolo. Rebusquen las críticas que se le han hecho a todos los libros de este escritor, desde el primero hasta el último, y verán que hay alguien obsesionado con él. Por lo demás, sé por fuente directa que a Santiago le divierte el asunto.
–Volvamos a lo tuyo: ¿En qué medio empezaste como crítico?
–Bueno, aquí quisiera hacer un reconocimiento al maestro Alfonso Latorre, que fue el primero que me dio la oportunidad –justamente en La República– de escribir en un diario. Con Alat aprendí a elegir los temas en relación con aspectos de la coyuntura, a enfocar adecuadamente lo que quería decir, y a ajustar la expresión. Un gran maestro cuyo magisterio periodístico y de escritura debería ser mejor recogido.
UN POCO DE VACAS SAGRADAS
– La mejor obra literaria peruana actual que hayas leído...
–No te puedo responder a esa pregunta así, en seco. Pero te puedo contar que he releído Los ríos profundos y Un mundo para Julius el año pasado, y me he quedado –de distinta manera– maravillado con ambas novelas. En poesía, creo que pasado el boom Eielson (un grande) queda cada vez más inconmensurable la obra de Martín Adán.
–Andinos vs. criollos...
–Una gran oportunidad –desperdiciada– para aclarar algunas cosas del proceso literario peruano. Pudo haber sido la gran realización del debate que nunca se dio entre Vargas Llosa y Arguedas.
–Un enemigo en el mundillo literario.
–De mi parte, ninguno. De parte de unos tres o cuatro, seguro que yo.
–Un amigo...
–Si me preguntas por el mundo literario, es la pregunta del millón. Me quedo con el poeta José Pancorbo Beingolea y con Óscar Malca.
–Una mala experiencia (literaria)...
–Una vez me avisaron que había ganado un importante premio. A los diez minutos me llamaron de nuevo para decirme que había habido una equivocación y que me daban una mención honrosa. Espantoso.
– Un joven escritor que deberíamos promover.
–Varios. Te nombraré por ahora a los poetas Giancarlo Huapaya y Salomón Valderrama, y a Carlos Yushimito (narrador). Andrea Cabel también, pero ella ya tiene cierta presencia.
–Un joven escritor que deberíamos remover...
–No, pues, necesitamos más gente que escriba. A quienes deberíamos remover –un poco a lo Gonzalez Prada– es a un par de vacas sagradas que ya están para la jubilación.
–El mejor crítico...
–En medios: Ricardo González Vigil. En la academia: Dorian Espezúa.
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viernes 28 de marzo de 2008
charla dadá, mantenida en la galería neumann, berlín, el 18 de febrerO de 1918 pOr richard huelsenbeck.
Richard Huelsenbeck
señOras y señOres: hOy tengO que decepciOnarles; esperO que nO me lO tOmen a mal, me da exactamente lO mismO. nOs hemOs reunidO aquí para una lectura de pOetas. Vds. desean Oír a algunOs pOetas, tal cOmO se presentan y tal cOmO resucitan sus versOs. lOs pOetas sOn pOrtadOres de la cultura y ustedes desean absOrber esa cultura. perO, cOmO les he dichO, debO decepciOnarles. me he decididO a dedicar esta lecciÓn al dadaísmO. el dadaísmO es algO que Vds. nO cOnOcen, perO tampOcO necesitan cOnOcer. el dadaísmO nO era una tendencia artística, ni una tendencia en la pOesía; ni tenía nada que ver cOn la cultura. fue fOrmadO durante la guerra en zúrich, en el cabaret vOltaire pOr hugO ball, pOr mí, pOr tzara, jancO, hans arp y emmy hennings. dadá quería ser más que cultura y quería ser menOs; exactamente nO sabía qué quería ser. pOr esta razÓn si Vds. me preguntan qué es dadá les diría: nO era nada y nO quería nada. dedicO, pOr cOnsiguiente, esta cOnferencia a lOs pOetas respetadOs de la nada. pOr favOr, sigan tranquilOs, nO se les causará ningún sufrimientO cOrpOral. lO únicO que les pOdría suceder es estO: que Vds. hayan gastadO inútilmente su dinerO. en este sentidO, señOras y señOres: ¡viva la revOluciÓn dadaísta! (...) Ahora bien, ¿qué es el dadaísmo? La palabra dadá simboliza la relación más primitiva con la realidad circundante; con el dadaísmo se abre paso con pleno deerecho una nueva realidad. La vida se manifiesta como un barullo simultáneo de ruidos, colores y ritmos espirituales, que es aceptado de un modo imperturbable en el arte dadaísta con todos los gritos y fiebres sensacionales de su psique cotidiana osada y en toda su realidad brutal. En esto estriba la encrucijada agudamente pronunciada que separa al dadísmo de todas las corrientes artísticas anrteriores y sobre todo del futurismo, al que hace poco algunos imbéciles han considerado como una nueva edición de la realización impresionista. El dadaísmo, por primera vez, ya no se enfrenta de un modo estético a la vida, ya que hace trizas en sus partes integrantes todos los tópicos de la ética, de la cultura y de la interioridad, que no son más que abrigos para músculos débiles.
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DRAGULA DE ROB ZOMBIE Y EL TRAILER DE HALLOWEEN, PELÍCULA RECIENTEMENTE ESTRENADA EN LIMA
Aquí un pedido de mis colaboradores y amigos, espero que puedan soportar los gritos y la estética (llamada por ahí) anti sistema.
TRAILER DE HALLOWEEN
Recomiendo esta película, aunque no supera a su anterior producción "La Casa de los 1000 cadáveres", donde se luce su rubia compañera de toda la vida. Un apunte aparte merece su "Los Renegados del Diablo", película en la que nuestro cantor da una patada a lo que es "ser" director de cine. Aquí el trailer de "Halloween", que todavía pueden encontrar en algunos cines de Lima:
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Mario Vargas Llosa escribe sobre Louis-Ferdinand Céline
(El presente artículo salió publicado en el importante diario "El País", por aquí "El Comercio" en fecha 23/3/2008 lo reprodujo)
Por Mario Vargas Llosa. Escritor
Curioso por el entusiasmo que despertó en Onetti, sobre el que escribo un ensayo, la primera novela de Céline, he vuelto a leer --¡después de casi medio siglo!-- al último escritor "maldito" que produjo Francia. Como escribió panfletos antisemitas y fue simpatizante de Hitler, muchos se resisten a reconocer el talento de Louis-Ferdinand Céline (1894-1961). Pero lo tuvo, y escribió dos obras maestras, "Viaje al final de la noche" (1932) y "Muerte a crédito" (1936) que significaron una verdadera revolución en la narrativa de su tiempo. Luego de estas dos novelas su obra posterior se desmoronó y nunca más despegó de esa pequeñez y mediocridad en que viven, medio asfixiados y al borde de la apoplejía histérica, todos sus personajes.
En aquellas dos primeras novelas lo que destaca es la ferocidad de una postura --la del verboso narrador-- que arremete contra todo y contra todos, cubriendo de vituperios y exabruptos a instituciones, personas, creencias, ideas, hasta esbozar una imagen de la sociedad y de la vida como un verdadero infierno de malvados, imbéciles, locos y oportunistas, en el que solo triunfan los peores canallas y donde todo está corrompido o por corromper. El mundo de estas dos novelas, narradas ambas en primera persona por un Ferdinand que parece ser el mismo (en "Muerte a crédito" cuenta su niñez y adolescencia hasta que se enrola en el Ejército y, en "El viaje al final de la noche", su experiencia de soldado en la Primera Guerra Mundial, sus aventuras en el África y en Estados Unidos y su madurez de médico en los suburbios de París), sería intolerable por su pesimismo y negrura, si no fuera por la fuerza cautivadora de un lenguaje virulento, pirotécnico y sabroso que recrea maravillosamente el argot popular y finge con éxito la oralidad, y por el humor truculento e incandescente que, de tanto en tanto, transforma la narración en pequeños aquelarres apocalípticos. Estas dos novelas de Céline, más que para ser leídas, parecen escritas para ser oídas, para entrar por los oídos de un lector al que los dichos, exclamaciones, improperios y metáforas del 'titi' parisien de los suburbios le sugieren todo el tiempo un gran espectáculo sonoro y visual a la par que literario. Qué oído fantástico tuvo Céline para detectar esa poesía secreta que escondía la jerga barriobajera enterrada bajo su soez vulgaridad y sacarla a la luz hecha literatura.
No hay un solo personaje entrañable en estas novelas, ni siquiera alguno que merezca solidaridad y compasión. Todos están marcados por el resentimiento, el egoísmo y alguna forma de estupidez y de vileza. Pero todos imantan al lector, que no puede apartar los ojos --los oídos-- de sus disparatadas y sórdidas peripecias, sobre todo cuando hablan. El menos repelente de todos ellos es, sin duda, el astronauta e inventor de "Muerte a crédito", Courtial des Pereires, --una versión gangsteril y diabólica del tierno Silvestre Paradox de Pío Baroja-- que luego de estafar a media Francia con sus delirantes invenciones y sus exhibiciones aerostáticas, termina descerrajándose un escopetazo en la boca que lo convierte en una masa gelatinosa que pringa las últimas cincuenta páginas de la novela y hasta a los lectores los ensucia de pestilentes detritus humanos. No creo haber leído jamás unas novelas que se sumerjan tanto y con semejante placer y regocijo en la mugre humana, en toda ella, desde las funciones orgánicas hasta los vericuetos más puercos de los bajos instintos.
Siempre se ha dicho que el Céline político solo apareció después de escribir sus dos primeras novelas, cuando su antisemitismo lo llevó a excretar "Bagatelles pour une masacre" y otros repugnantes panfletos de un racismo homicida. Pero la verdad es que, aunque, en términos estrictamente anecdóticos, estas novelas no desarrollen temas políticos, ambas constituyen una penetrante radiografía del contexto social en que el nazismo y el fascismo echaron raíces en Europa en los primeros años del siglo veinte. El mundo que Céline describió en sus novelas no es el de la burguesía próspera, ni el de la desfalleciente aristocracia, ni el de los sectores obreros de lo que, a partir de aquellos años, se llamaría el cinturón rojo de París. Es el de los pequeños burgueses pobres y empobrecidos de la periferia urbana, los artesanos a los que las nuevas industrias están dejando sin trabajo y empujando a convertirse en proletarios, los empleados y profesionales que han perdido sus puestos y clientes o viven en el pánico constante de perderlos, los jubilados a los que la inflación encoge sus pensiones y condena a la estrechez y al hambre. El sentimiento que prevalece en todos esos hogares modestos, donde los apuros económicos provocan una sordidez creciente, es la inseguridad. La sensación de que sus vidas avanzan hacia un abismo y que nada puede detener las fuerzas destructoras que los acosan. Y, como consecuencia, esa exasperación que posee a hombres y mujeres y los induce a buscar chivos expiatorios contra la condición precaria y miedosa en la que transcurre su existencia. Bajo las apariencias ordenadas de un mundo que guarda las formas, anidan toda clase de monstruos: maridos que se desquitan de sus fracasos golpeando a sus mujeres, empleados y policías coloniales que maltratan con brutalidad vertiginosa a los nativos, el odio al otro --sea forastero al barrio, o de distinta raza, lengua o religión-- el abuso de autoridad, y, en el ánimo de esos espíritus enfermos, en resumen, la secreta esperanza de que algo, alguien, venga por fin a poner orden y jerarquías a pistoletazos y carajos en este burdel degenerado en que se ha convertido la sociedad.
Todos estos personajes son nacionalistas y provincianos en el peor sentido de estas palabras: porque no ven ni quieren ver más allá de sus narices. Como el Ferdinand Bardamu de "El viaje al final de la noche" pueden recorrer el África negra y vivir en Estados Unidos, o, como el Ferdinand de "Muerte a crédito" pasar cerca de dos años en Inglaterra. Inútil: no entenderán ni aprenderán nada sobre los otros porque, por prejuicio, desgana o desconfianza, son incapaces de abrirse a los demás y salir de sí mismos. Por eso, regresarán a su suburbio aldeano, a su campanario, como si nunca lo hubieran abandonado. No saben nada de lo que ocurre más allá de su entorno porque no quieren saberlo: como si romper las celdas en que se han encerrado por el miedo crónico en que viven, fuera a hacerlos más vulnerables a esos misteriosos enemigos de que se sienten rodeados. Pocos escritores han descrito mejor que Céline ese espíritu tribal que es el peor lastre que arrastra una sociedad que intenta progresar y dejar atrás los prejuicios y hábitos reñidos con la modernidad. En Céline no hay la menor intención crítica frente a esta humanidad obtusa y estúpida que describió con intuición genial. Para él, el mundo es así, los seres humanos están hechos de ese apestoso barro y nada ni nadie los mejorará.
Céline pertenecía a este mundillo y nunca salió de él. Por sus simpatías hitlerianas, al final de la guerra huyó a Alemania tras los nazis que escapaban de París y, luego de un peregrinaje patético que narró en unas seudonovelas que no son ni sombra de las dos primeras que escribió, terminó en una cárcel danesa. Dinamarca se negó a extraditarlo argumentando que si lo entregaba a Francia no tendría un juicio imparcial y sería poco menos que linchado. (Estuvo a punto de ser asesinado durante la ocupación por un comando de la resistencia en el que, por lo menos eso juraba él, participó el escritor Roger Vailland). En 1953, fue amnistiado y pudo regresar a París. Volvió a la banlieu donde acostumbraba jugar a la 'pétanque' con amigos de su barrio. Jamás se arrepintió de nada. Poco antes de morir concedió una entrevista en la televisión a Roger Stéphane. Nunca he olvidado esa cara del viejo Céline con la barba crecida y sus ojos enloquecidos, clavados en el vacío, mientras, apretando su puñito esquelético, su vocecita cascada rugía, frenética, ante la cámara: "¡Cuando los amarillos entren a Bretaña, ustedes, franceses, reconocerán que Céline tenía razón!".
Lima, marzo del 2008
© Mario Vargas Llosa, 2008.
© Diario "El País", SL/ Mario Vargas Llosa. Prisacom.
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LA VIEJA CARNE
(Vídeo: Paul Gillén sobre Carrillo en el "Templarios Bar")
Por migoya
“No haga cosas malas, señor”
Para tenerlos bajo llave, de Carlos Carrillo
Me encuentro ante la tesitura de comentar un único libro desde dos perspectivas: una, desde la perspectiva literaria, la única que cuenta; dos, desde la perspectiva moral, criterio cuando menos irónico si tenemos en cuenta que el libro en cuestión supuestamente propone y abraza la inmoralidad absoluta. Se trata de “Para tenerlos bajo llave”, un libro de cuentos de terror cuya descripción más afinada y agradecida la proporcionó una librera limeña al catalogarlo como “pornográfico, satánico y pedófilo”. ¿Cabe mejor elogio para un libro de este género?
1 – Perspectiva moral
Su autor, el perturbador en su apacibilidad Carlos Carrillo, también conocido como El Pitufo Sodomita, se quejó a finales del año pasado de que su libro, editado por el pequeño sello Bizarro Ediciones, había sido aceptado para a los pocos días ver rechazada su venta por parte de una librería de Lima, bajo las arriba mencionadas acusaciones. La encargada de la librería (librería bautizada por cierto con el nombre de un prostíbulo de ficción, el que titula mi novela favorita de Vargas Llosa), adujo básicamente que en su establecimiento ella tenía derecho a vender lo que quisiera: y -se sobreentiende- que encontraba el contenido del libro excesivamente repugnante para venderlo allí.
Lejos de mi ánimo está el de entrometerme donde no me llaman, pero no me ha dejado de sorprender la rapidez con que, en la escena literaria “local”, se formaron dos bandos humanos antagónicos: uno, el ofendido, el indignado, el humillado, presto a defender la libertad de venta y difusión de “Para tenerlos bajo llave” y a sacarle el partido promocional que requiriera o no el caso; dos, el de los que se declararon a favor del derecho de la librera a vender o no lo que le viniese en gana y, al mismo tiempo, negaron que tal actitud revistiera ningún asomo de censura.
Nada me obliga a pronunciarme respecto de este asunto, excepto cierto sentido de la responsabilidad proveniente exclusivamente de mi propio pasado literario. En cualquier caso, y sin sacar un hecho anecdótico de madre (pero ya fue sacado hace tiempo por mucha otra gente, a la que en el fondo le beneficia sacarlo, a favor o en contra) creo que una librería no tiene derecho a rechazar la venta de un libro aduciendo esas razones ni ningunas otras; a no ser que dicha librería en concreto esté especializada en el ‘criterio’ mediante el cual ha marginado un libro como el que nos ocupa.
¿Desde cuándo el gusto –o peor: el disgusto- personal del librero rige el contenido de una librería? Desde luego, es la primera noticia que tengo al respecto. Como libre consumidor, cuando acudo a un establecimiento espero encontrar lo mejor de la materia que ese establecimiento venda; así como si voy a un videoclub, mi intención es descubrir un catálogo lo más completo posible de las películas que se producen hoy día y, a ser posible, también de las antológicas: a no ser que vaya prevenido porque el videoclub se publicita especializado tan sólo en películas clásicas, o películas deportivas, o películas pornográficas; pero si entro en ese videoclub y pregunto por una comedia de adolescentes descerebrados (uno de mis géneros favoritos) y el propietario me contesta que no vende ni alquila comedias de adolescentes descerebrados porque no le gustan, evidentemente, como posible cliente, me cabreo y me parece injusto: sobre todo por no haberme advertido antes, desde la misma entrada. Yo entro a una tienda con mi criterio como rasero para juzgar qué quiero o no quiero adquirir, y si necesito del criterio del dependiente, le consulto; pero lo que no estoy dispuesto a aceptar, lo que no debería jamás admitir, es que el dependiente me diga qué puedo o no comprar. A no ser, repito, que el dependiente anuncie su establecimiento como “Videoclub sin sección de comedias de adolescentes descerebrados”. Entonces me parecería más razonable, porque no existe fraude de expectativas por medio; y puedo decidir si entro o no, con conocimiento de causa (en este caso, obviamente, jamás entraría a un videoclub así).
Por la misma razón (y pese a la escasa aplicabilidad del ejemplo ilustrativo escogido, dado que en Perú no existen los videoclubs… al menos los legales), no me parece de recibo que una librera declare que ella vende los libros que le da la gana: entonces, insisto, que lo incluya como característica definitoria en el perfil de su establecimiento. Mientras no informe públicamente de que en su Librería no se vende material pornográfico, satánico y pedófilo, no concibo en qué manera (salvo que se pruebe judicialmente que el material prohibido es pedófilo, que yo sepa la única cualidad etiquetada de ilegal en estos y aquellos pagos) tenga derecho a rechazar la venta de un producto cuando días antes había aceptado venderlo. Además, si yo entro a una librería como la que viene al caso buscando un libro como el de Carlos Carrillo y me marcho sin encontrarlo –y sin saber que no lo he encontrado porque en la entrada de la librería no se explicita, vuelvo a insistir: “Librería especializada en libros no pornográficos, ni satánicos ni pedófilos”-, me voy a cabrear mucho si luego me entero del doble rasero injustificado que imparte el/la profesional responsable de la tienda y del que no me ha informado previamente: me voy a sentir estafado como cliente, y con motivo.
Otra cuestión, naturalmente, sería si al autor y al editor les ha venido o no de perlas este asuntillo, más que de censura de discriminación injustificada (estamos hablando de literatura, no de textos educativos), para desproporcionarlo y convertirse en Víctimas por un Día del corrillo mediático vecinal. En todo caso, dos aspectos sorprenden: la rabia indisimulada que siempre produce en los colegas de profesión el que un autor se publicite gracias a un suceso que él no ha propiciado; y el hecho de que casi nadie resalte la injusticia de dicho suceso como primer y único aspecto éticamente determinante del tema. Que el autor saque o no provecho promocional a costa de una desgracia propia causada por manos ajenas, debería ser una cuestión baladí.
Al menos, mientras no se plantee el muchísimo mayor provecho promocional, casi nunca cuestionado por la prensa, que acaparan ciertas figuras culturales (?) y multimillonarias con sus donaciones benéficas, sus nombramientos como embajadores de Naciones Unidas y sus fotos con negritos necesitados del Tercer Mundo.
Eso sí que es provecho promocional a costa de la desgracia… ajena.
2- Perspectiva literaria
Esa rabia aludida por mí poco antes, esa especie de envidia malsana que siempre despierta en el gremio literario y periodístico el destaque de un autor por motivos de marginación o censura probadas, suele provocar también un desmesurado y cruento ataque masivo contra las calidades literarias del propio autor: el mismo texto que en muchas ocasiones se ganaría el beneplácito de los cuatro modestos columnistas que se dignan reseñar libros de ámbito minoritario, se merece de repente el descuartizamiento más despiadado por parte de muchos más columnistas que jamás habían dicho ni pío al respecto. ¿Qué ha hecho ese mismo texto para merecer tales diferentes reacciones, separadas quizá tan sólo por un día de noticias? Probablemente, cometer el “pecado” de destacar por razones extra literarias. O, simplemente, ponerse de moda. Ser el centro de la atención. Pues bien: si tanta inquina provoca el pecado del éxito, los detentadores de tal animadversión deberían hacer lo mismo que yo hago desde que soy periodista profesional cuando no quiero otorgar publicidad gratuita a una obra o autor que detesto: no hablo ni escribo públicamente sobre ellos. Y santas pascuas.
Pero basta de zarandajas y vayamos al meollo. ¿Qué es “Para tenerlos bajo llave”?
Para mí, la mayor virtud de este libro de cuentos de terror radica precisamente en su propia definición: que se trata de un libro de cuentos de terror. Hoy es tan difícil hallar un volumen digno de tal nombre que no deja de ser reconfortante comprobar la decisión con la que Carrillo se ha lanzado a cumplir las expectativas del género.
Bajo una deliciosa fotografía de portada, de exquisitas idea y factura (obra de Cynthia Zegarra Pavlatos: una rubia de senos aniñados nos mira, los ojos rojos de demoníaca lubricidad, mientras asoma en su boca una llave discreta, digna de pene japonés), se agazapan once relatos de horror, en su acepción más clásica: cultos demoníacos, retratos que toman vida, sexo contranatura y drogas como parte indisociable de crímenes abominables, psicopatías y patologías paidofílicas.
Antes que de Baudelaire, del Marqués de Sade o del pobre Nabokov (los ennoblecidos referentes que siempre salen a la luz cuando se arma una gorda en el circo mediático y que, ventajas de estar muerto y ser extranjero, siempre salen ganando en los agravios comparativos), yo veo en la literatura de Carlos Carrillo la influencia de Poe, de las películas de la Hammer y de los cómics de la EC. Más de un cuento, especialmente el casi anglosajón “El coleccionista”, podría formar parte de una serie de terror televisiva como “Night Gallery”, con un canceroso Ron Serling bocinando el terror que nos aguarda to be continued: la prueba está en que hoy el libro en cuestión se vende con un DVD recogiendo varias adaptaciones de los relatos a cortometrajes.
Esta influencia de la “baja” cultura, influencia que en cualquiera de los enemigos de Carrillo (porque, no hay duda, Carrillo ya tiene enemigos: nada como la notoriedad para crearlos) sería un argumento para defenestrar su obra, a mí me parece en sentido estricto su elemento redentor: Carrillo ignora olímpicamente los vericuetos del terror contemporáneo, desprecia de un plumazo los efectos de la “nueva carne”, pasa de Cronenberg o Clive Barker o ¡hasta Stephen King! y salta, como Latinoamérica ha saltado del autoritarismo populista a la democracia populista sin la vaselina de la Ilustración, desde Lord Dunsany y Clemente Palma hasta nuestros días, desempolvando los pentagramas, los cánticos de brujas y las orgías (vaya, la librera tenía razón) satánicas, y el tradicional concepto romántico en torno al horror non plus ultra.
Lo que más aprecio en Carlos Carrillo, y lo aprecio muchísimo, es su determinación a ser un escritor que toma el medio literario como medio: no, no se trata de una perogrullada. Al contrario que el cómic o incluso (gracias a Dios… o a Lucifer) el cine en su vertiente industrial, la literatura vive un proceso de aislamiento de la realidad del ciudadano, donde los embebidos escritores están tan desconectados de la cultura popular y lo que realmente arrastra a las masas –y éste es un fenómeno paralelo en Europa y América- que conciben la literatura como un fin en sí mismo. Ya hay pocos escritores que escriban con el objetivo de contar algo. Contrariando a la mayoría de nuestros colegas más recientes, Carrillo se niega a sumarse a esa categoría de escritor enamorado de su escritura: para él, la literatura es un medio, no un fin. Un medio, principalmente, de provocar miedo, terror, asco y excitación a su pesar en el lector o lectora.
Me importa dos rábanos que lo que escribe Carlos sea alta o baja literatura. De hecho, me gusta ese revestimiento de literatura “barata” que envuelve “Para tenerlos bajo llave”. Me gusta esa apariencia de libro prohibido, esa alusión explícita a los tópicos del terror popular, ese aire de exabrupto adolescente que exhala cada página, esa impresión vívida de estar leyendo una antología de cuentos tremendistas, de los de toda la vida, escritos por funcionarios con pseudónimo. Esa aura clandestina no tiene precio.
En cuanto a los cuentos en sí, destacaría la sencillez poético-sádica de “Cristales rojos”; el marasmo de villanía psicodélica, muy gozoso y consecuente, de “Euforia permanente”; y los encomiables intentos por resucitar la literatura gótica tradicional: “La Gorgona en el lienzo” y “Legado de los Carpatos”.
Personalmente, el relato que más me ha sorprendido y agradado es el más aparentemente polémico y, por tanto, el recibido con peor predisposición: “Si a trece le quitas cuatro tienes nueve”. Esta incursión casi gráfica y nada terrorífica en la aventura sexual entre un (nunca mejor dicho) vivalavirgen veinteañero y la hermana pequeña de su amante ocasional, una dulce pero osada niña de nueve años, me parece sobresaliente por su candidez: al contrario de lo que podía esperar, el cuento, pese a su talante pornográfico, no hace hincapié en la explotación de lo supuestamente malsano, enfermizo, abusivo, denigrante o escandaloso que se esperaría en una crónica de la relación íntegramente física entre un adulto y una cría. Antes al contrario: la niña protagonista presenta tales resolución y sabiduría innata en su actitud erótica, que más bien el cuento resalta por su vitalidad cómplice y buena vibración. Otros relatos del mismo volumen describen relaciones sexuales entre adultos mucho más agresivas, aberrantes y desagradables.
Es éste pues un cuento de tono simpático y levemente humorístico, afortunadamente poco “satánico”, y donde uno no identifica a la niña protagonista con una niña real. Eso puede resultar peligroso, afirmarán los guardianes de la moral social, siempre dispuestos a denunciar cualquier conducta nociva, incluso aunque esas conductas nocivas las lleven a cabo personajes de ficción.
Ante tal aserto, yo sólo podría alegar que me siento doblemente afortunado: ni me gustan las niñas ni me considero un guardián de la moral.
Por eso tampoco tengo este libro bajo llave.
Publicado por RODOLFO YBARRA en 15:15 0 comentarios
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