martes, 18 de diciembre de 2007

Redoble por Manuel Scorza. Envio de Gustavo Perez Hinojosa

De: Walter Saavedra - ching_tien_tao@yahoo.com
Fecha: Lun, 17 de Dic, 2007 8:47 pm
Asunto: Redoble por Manuel Scorza. Envio de Gustavo Perez Hinojosa

Gustavo Pérez Hinojosa escribió:


Redoble por Manuel Scorza

Donde el zahorí lector es invitado a recordar a un importante novelista peruano, que falleciera hace 20 años y que conviene releer, en medio de tanta literatura violada por el mercado y tantas plumas vendidas a las tendencias de moda.

Jorge Sariol | La Habana


Pocas veces he disfrutado tanto leyendo una tragedia como cuando leí la novela Redoble por Rancas, del novelista peruano Manuel Scorza. O tal vez pudiera decir que pocas veces tal lectura me dejaba, no una sensación de opresión y fatalidad, sino la percepción de continuidad y «luz larga», de esas que tiene sentido de la esfericidad y hasta pueden asumir las esquinas y los recodos.
Redoble por Rancas —editada en Cuba por Arte y Literatura— expone el tema de las luchas campesinas en pueblos perdidos en la inmensidad de la cordillera de los Andes, lugares que en palabras del escritor solo eran visibles «en las cartas militares de los destacamentos que los arrasaron».
Sin embargo, no hay tristeza ni pesadumbre. Es, claro, una tragedia humana, contada en profundidad, sin que la atmósfera épica termine por arrasarnos como a los pueblitos de Rancas, Yanacocha, Yanahuancas, Chinche o Huancayo.
Es una novela seria y divertida —y aquí que cada cual entienda como pueda—, porque forma y contenido establecen un raro equilibrio con el nivel de los hechos, el nivel ideológico y el nivel del lenguaje.
Todo lo que el autor refleja en la obra se corresponde con la realidad. Frente a las injusticias de una transnacional como la Cerro De Pasco Corporation —con la anuencia de la oligarquía nacional—, se desbordó la ancestral paciencia indígena, se alzaron las masas con la ley del Talión, y nacieron líderes campesinos como Héctor Chacón, protagonista —agente actante— del libro y de las revueltas.
El titulaje de los capítulos, hecho a la manera cervantina, son elaboraciones sugerentes en fino humor, ironía y sarcasmo, que en el carácter de ideotemas estructurales engarzan más de una paradoja teniendo en cuenta las circunstancias que se narran.
«Donde el zahorí lector oirá de cierta celebérrima moneda», es el título del primer capítulo, en el que aparece el doctor Montenegro, personaje actante oponente antagónico, representante del poder siniestro. «Sobre la pirámide de ovejas que sin ánimo de emular a los egipcios levantaron los ranqueños» es el título de capítulo 20.
Todos los títulos, y la obra misma, respiran tales licencias. Tal vez el capítulo primero tenga la rara posibilidad de resistir y sostener mejor —por su esencia y aún si fuera arrancado de la novela — todo análisis literario y encajar en el género del cuento. Y eso, como una joya.
En medio de numerosos localismos — ¡cojudos!—, cultismos —zahorí, celebérrima—, arcaísmos —conciliábulo— y barbarismos—«funeraciones»—, puestos en función de la ironía, el sistema de personajes es otra de las tantas aristas disfrutables de la novela. Nombrados también por sus epíteto al estilo homérico, Héctor Chacón —El Nictálope, El Negado, El Valiente—, el Niño Remigio, Fortunato, El Abigeo y doña Sulpicia, situados al lado del lado de los rebelados, son héroes mitad reales mitad imaginarios, armados desde sus virtudes e imperfecciones y capaces de despertar las simpatía a pesar de las últimas. «Ciertos nombres han sido excepcionalmente modificados para proteger a los justos de la justicia» aclaró el propio Scorza.
Del lado de esa «justicia» actúan el doctor Montenegro, Egoabil, el comandante Guillermo —o Guillermo el carnicero—, Don Herón de los Ríos y Doña Pepita.
Lo trágico como categoría está en la esencia misma de la obra —una novela «de acontecimientos»— y más profundamente dramático en el final, no solo con la muerte de la mayoría de los justos, sino también en las actuaciones signadas por lo siniestro y miserable de otros personajes sobre la resbaladiza viscosidad del miedo.
En la intensidad de sus humanidades, entre sus enterezas, esperanzas y angustias, o en sus miserias y villanías, cada personaje termina por ser real, en situaciones reales que siguen reiterándose en el tiempo, con una contemporaneidad que asusta.
El narrador manejó la fantasía sobrecogedoramente al final de la novela, cuando masacrados por la soldadesca, muertos en la fosa común, cada quien intercambia información sobre la parte que le tocará morir en la sangrienta batalla.
La emoción colectiva que provocó Redobles… entre muchos intelectuales peruanos logró en 1971 la libertad de Héctor Chacón, El Nictálope —que ve de noche— quien penó durante 15 años en un remoto presidio del Sepa, en el fondo de la selva amazónica, luego del desastre provocado por la represión.
Scorza quiso —según dijera alguna vez— homenajear al pueblito de Rancas y con él a todas las otras aldeas, donde la vida de los campesinos es aún «un compás de espera».
Con un destino de curiosa trascendencia, el escritor participó en 1960 en la rebelión que luego reflejara en sus novelas, y se le acusó de ataque a las fuerzas armadas por lo que tuvo que vivir en Francia durante diez años. A su regreso organizó festivales de libros en varios países latinoamericanos, y en Perú se dedicó a la edición de libros conocidos como Colección Populibros, con tiradas masivas de autores nacionales y extranjeros
Bien miradas, estas disquisiciones de homenaje pudieran titularse «Donde el zahorí lector es invitado a recordar a un importante novelista peruano, que falleciera hace 20 años y que conviene releer, en medio de tanta literatura violada por el mercado y tantas plumas vendidas a las tendencias de moda.
Y es cierto. En la madrugada del 27 de noviembre de 1983 —aún la noche del 27 en Cuba—, en un accidente aéreo en las inmediaciones del aeropuerto Barajas de Madrid, fallecía Manuel Scorza, quien había nacido en Lima en 1928. El escritor viajaba a un encuentro de intelectuales que se celebraría en Santa Fe de Bogotá, «cuando —dijeron los cables noticiosos— el boeing 747 de la compañía colombiana Avianca, procedente de París, se estrelló a unos ocho kilómetros del aeropuerto madrileño. Junto a él morían también el crítico uruguayo Ángel Rama, y los escritores Marta Traba, de Argentina, y Jorge Ibargüengoitía, de México».
El lector cubano conocía a Scorza sobre todo a partir de Redoble por Rancas, la primera de la pentalogía que entre 1970 y 1978 había publicado sobre el tema de las rebeliones.
Las cuatro obras siguientes —que el autor llamara baladas o cantares— seguían con Garabombo el invisible, (1972), El jinete insomne (1976), —también publicada en Cuba por la misma casa editora— Cantar de Agapito Robles (1976) y La tumba del relámpago (1978). Scorza había llamado a la pentalogía como la Guerra Silenciosa, dentro de lo que varios estudiosos definían como la corriente neoindigenista, algo que el propio Scorza criticaba por considerarlo algo racista. El éxito de algunos de sus títulos motivó que se tradujeran a una veintena de idiomas.

Poco tiempo antes de morir había dejado lista para publicar una última entrega: La danza inmóvil, «una reflexión existencial» —que según él mismo dijera en entrevista— «sería el primer volumen de una trilogía dedicada a los conflictos individuales y colectivos en las guerras revolucionarias de América Latina».
Periodista y editor, Scorza había iniciado sus creaciones en el género lírico con varios libros, entre los cuales están Las imprecaciones (1955) y El vals de los reptiles (1956), con el que recibiera en su país el premio Nacional de Poesía, y que calificara, en entrevista concedida al español José Pulido Perlado, como «poemas impregnados de rabia por la desesperación peruana de hace veinte años, cuando había una dictadura militar, la del general Odria ». Otros poemarios conocidos, fueron Los adioses (1958), Desengaños del mago (1861), y Réquiem para un gentilhombre (1962).
Manuel Scorza es considerado uno de los intelectuales más representativo de la generación de los años 50 del Perú. En su poema « Voy a la batalla, sed felices para que yo no muera» —del poemario Las imprecaciones— había escrito. «Yo sé que es difícil/hallar entre las tumbas/ un lugar para la risa./Yo mismo, a veces, caigo,/y el viento levanta mi cara como una alfombra rota,/pero aun en las celdas,/bajo la lluvia,/yo no perdí la fe(….)guardad rocío/para que las flores/no padezcan las noches canallas que vendrán! (…) Aquí dejo mi poesía/para que los desdichados se laven la cara./Buscadme cuando amanezca/.Entre la hierba estoy cantando.

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