De: Walter Saavedra - ching_tien_tao@yahoo.com
Fecha: Lun, 12 de Nov, 2007 10:39 am
Asunto: EL VIAJE
EL VIAJE
Walter Saavedra
“[Chaplin] es un pequeño Don Quijote, un juglar de Dios, humorista y andariego (…) Toda la obra [“The golden rush”] está insuperablemente construida. El elemento sentimental, erótico interviene en su desarrollo como medida matemática, con rigurosa necesidad artística y biológica. (…) Chaplin, autor, sabe que la exaltación erótica es un estado propicio a la creación, al descubrimiento. Como Don Quijote, Charlot tiene que enamorarse antes de emprender su temerario viaje. Enamorado, vehemente y bizarramente enamorado, es imposible que Charlot no halle la mina. Ninguna fuerza, ningún accidente, puede detenerlo. No importaría que la mina no existiera. (…) Charlot hallaría de todos modos la mina fabulosa. Su pathos le da una fuerza suprarreal. La avalancha, el vendaval, son importantes para derrotarlo. En el borde de un precipicio, tendrá sobrada energía para rechazar la muerte y dar un volatín sobre ella (José Carlos Mariátegui, “Esquema de una interpretación de Chaplin”).
Camino lentamente por estas calles que otrora vi diariamente. Hoy marcho hacia la distancia, aquella distancia que se va abriendo a cada paso que doy. Con cada paso mi dolor se hace más y más cruento. No tengo idea de cuándo habré de retornar a estas calles que vieron jugar mis años tempranos. No sé cuándo podré volver a ver estas casas que jamás me llamaron la atención cuando las veía diariamente en mi trajinar incesante. El dolor lacera mis recuerdos que ya no son sino recuerdos en este instante en que me es inminente mi partida. Me he de alejar sin saber si algún día volveré a recorrer estas calles. Nunca me llamaron la atención porque siempre las tenía conmigo. Ahora que camino lentamente pensando que tendré que marcharme hacia donde se levanta el desconocimiento de lo que realmente vendrá, ahora recién puedo decir que contemplo, con estas calles, mi propio pasado, que no había recordado antes porque no tenía sentido recordarlo. Ahora lo recuerdo como el reo que, sentenciado a muerte, va camino hacia el patíbulo. Con la cabeza gacha ya no miro, en realidad, lo que me rodea, solamente alcanzo a mirar lo que llevo dentro y no soporto llevarlo. Pronto tendré que partir, no me queda otra. He buscado este momento desesperadamente. He luchado contra todo lo que se oponía a mi partida. He aplastado todo lo que buscaba a desanimarme. He aplastado inmisericordemente a quienes buscaban desanimarme. Ahora estoy a la puerta del viaje que tanto me costó conseguir. No me encuentro como alguien que ha triunfado por conseguir lo que se propuso. Estoy como quien ha sido vencido obteniendo lo que buscaba tan afanosamente. ¿Por qué alguien no pudo derrotarme en este camino que quería emprender? ¿Por qué alguien no pudo ponerme obstáculos insalvables? ¡Por qué! ¡Por qué tuve que vencer a todos y a todo! Ahora me encamino a hacer realidad el triunfo obtenido y voy como un ser completamente derrotado. ¡Derrotado! Mis pies se niegan a caminar fácilmente por estas calles que vieron mi niñez correr felizmente con aquellos amigos que hoy no recuerdo ya pero que sé que existieron como existo yo en este instante en que siento este dolor tan profundo recorrer mi ser entero. Me vienen ideas que pretenden convertir esta derrota, que he conseguido con mi triunfo, en un canto de cisne donde la esperanza pueda tener siquiera un instante de sosiego. “La resignación sin esperanza es un consuelo similar a la muerte”. Me vienen a la cabeza constantemente estas ideas. No me las puedo quitar de la cabeza. No puedo. Yo no me consuelo de esa manera. Siempre luché contra el pesimismo. Y aquí me encuentro descubriendo que la realidad es pesimista y mi esperanza está desesperada. ¡Ay Benito Pérez Galdós! ¿No podías, Benito, no haber dicho esas palabras para que mi propia ignorancia hiciera más llevadera mi derrota? Mas, por momentos, recupero lo que siempre he sido. Recupero mi alma. Y hablo. Me hablo con seguridad. Me doy ánimos. Me digo: yo sé que un día, en plena noche, verteré rayos de sol cuando la luna llena esté en el cenit de mi emoción creadora y miraré lo hermoso, lo realmente hermoso que queda el cielo cuando tú, la mujer que amo, estás presente. Tú, mujer alada, estás presente siempre en mí. Estás presente en este instante de victoria. Tú eres mi sol. Tú eres mi luna. Tú eres mi cielo. Tú sólo tú… eres… solamente tú eres… ¡Tú eres, tú eres! He regresado a caminar por los caminos que ayer dejé y los he encontrado mucho mejor que entonces… mucho mejor. Están mucho mejor porque estas tú. Pero estas calles no son ya, en modo alguno, como eran siendo yo pequeño. Entonces eran grandes, inmensas, llenas de sueños. Hoy día estas calles se han encogido y ya no tienen sueños sino solamente temores de los destinos desconocidos que me esperan quién sabe dónde. ¿Recuerdas cuando recorríamos esos lugares conversando sobre nuestro futuro? No, no lo recuerdas, ya lo sé, no lo recuerdas porque jamás caminamos por esos lugares que tú ni siquiera conoces. Sin embargo, en estos días que mi partida es ya inminente, me he preguntado ¿cuántos años pasaron desde que dejé de ir por estos lugares tan hermosos que una vez contemplé desde tu regazo? No han pasado los años por la vida que veo en tu faz contenida en los soles irradiadores de luces incluso cuando la noche más cerrada se cierne sobre el mundo. Los años se han detenido para contemplarte en el cenit de tu hermosura. Debo marcharme y alejarme de ti. Debo alejarme, aun cuando no puedo negar que ya estoy lejos de ti, muy lejos, ahora que no tengo la menor idea de dónde te encuentras. ¿Recuerdas aquellos días en que conversábamos diariamente? ¿Dónde han quedado esos días? Ni tú ni yo podremos dar respuesta a esta pregunta que no hago. Que nunca haré. Que ni siquiera la he pensado. Dentro de poco tiempo tendré que marcharme. Y me marcharé porque es lo que he buscado desde hace mucho tiempo. He buscado ese viaje incluso cuando no tenía la menor idea de que viajaría. Hoy viajo dentro de la ciudad por lugares que siempre vi y los contemplo completamente diferentes. Ya no son los mismos porque yo ya no soy el mismo. Ahora procuro beber en cada segundo la vida que se me escapa con ese viaje que he de realizar. Es la primera vez que saldré, la primera vez. Nunca salí prácticamente de mi casa. Siempre enredado en mis libros, siempre. Leyendo todo el tiempo. Era la época que siguió a mi vida universitaria. Fue el fin de ella. Porque cuando estudiaba leía toda la noche por ese insomnio que… que… no se si yo lo sufría o él insomnio me sufría a mí. Pasaba todo el día en la Universidad y en la noche leía. ¿Recuerdas aquel tiempo, que duró años y años, en que leía hasta 18 horas diarias? Mi mamá tenía que llegar una y otra vez a mi lado a comunicarme que tenía que comer. ¿Cómo me iba a acordar de comer si la lectura me abstraía completamente de este mundo? ¡Qué de emociones descubrí leyendo con tal intensidad! Recuerdo cuando vivía en la casa de mi prima Aida. ¿Qué edad tendría yo? No lo recuerdo. Quizás cinco, quizás seis años. Su esposo coleccionaba chistes… ahora le llaman comics, en ese entonces se les llamaba chistes aunque no fuesen graciosos. Me gustaba leer esos chistes. Sí, porque yo los leía, que no solamente veía las figuritas, recuerdo perfectamente que leía lo diálogos que acompañaban a las imágenes. El esposo de mi prima era pescador. Cuando se iba a la mar, metía sus chistes en un baúl y los encerraba con un candado, que precisaba de saber la combinación para abrirse. Yo no sé si era yo quien lo abría o era mi prima. La cuestión es que tenía el baúl abierto frente a mí y las revistas a mi disposición todo el tiempo que el esposo de mi prima no estaba, que eran días y días. Me empachaba leyendo. Cuando el dueño regresaba, yo metía todo en el baúl y él nunca se dio cuenta de lo que pasaba. Allí debe haber comenzado mi aventura por el mundo del intelecto que no hizo sino incrementarse con el tiempo. Hora debo irme. Alejarme. Buscar las aventuras de la vida que no son ya aventuras del intelecto. Tengo que irme… y me iré. No lo duden. Me iré. Ya todo está preparado. La partida es inminente. Sólo falta decir adiós. Quienes piensan que la partida es cobardía, jamás han experimentado este dolor tan agudo que sienten los que tienen que partir dejándolo todo atrás, dejando amigos, hijos, esposa o esposo, dejando sus comidas, dejando sus calles, dejando sus sueños, dejando todo atrás para buscar nuevos sueños, nuevas realidades, nuevos dolores. Me voy. Tengo que irme. Adiós. Llevo conmigo este dolor tan grande que no conocen los que pretenden conocer lo que lo ignoran todo. Hasta que la vida no es solamente la que ellos conocen. Me voy. ¡Cómo quisiera quedarme sólo con la finalidad de poder luchar nuevamente para partir, siempre partir! Tengo que irme. Adiós. Adiós.
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