De: joo cesar - jocajoo1@yahoo.es
Fecha: Vie, 16 de Nov, 2007 6:52 am
Asunto: JUAN CRISTOBAL: MENTIRAS CELESTIALES 4
PODERES CELESTIALES (4)
al cielo también se puede entrar
con embustes y mentiras
El crítico literario y el autor
(A)
Un escritor, que vivía en el extranjero, hablaba y escribía todos los días y a cada instante sobre la responsabilidad del escritor. Para refrendar tal punto de vista publicó un libro de ensayos y luego una novela sobre el tema.
La editorial que editó los libros se puso al habla con un crítico y le pidió que escribiera un artículo de opinión sobre los libros.
La editorial no sabía que el crítico era amigo de infancia del autor, pues ambos se habían criado y estudiado juntos en un barrio elegante de Miraflores.
El crítico, que conocía al autor al revés y al derecho, lo llamó por teléfono, y sin mucho preámbulos le preguntó: “Dime la verdad, ¿con quién es tu compromiso, con tu vanidad o con tu bolsillo?”.
El autor, al comienzo, no supo qué responder, aun cuando sabía que su verdadero compromiso era con su orgullo y su economía. Por lo que atinó a responderle a su amigo, en tono de ironía: “Me he metido en un lío, ¿verdad?”.
Pero luego, muy suelto de huesos, comenzó a hablarle de la extinción de las clases medias, de la marginación de los intelectuales, de la desaparición de la pequeña burguesía, de la debilidad del Estado, de la ambigüedad del campesinado pobre y sin tierra, de la falta de solidez del proletariado, de la falta de imaginación del los intelectuales, de las temibles argollas literarias. Y remató hablando de “la necesidad de recuperar la memoria de nuestro pueblo y de su resistencia cultural y sus luchas populares”.
El crítico hizo un silencio insalvable. El autor intuyó el significado de ese silencio. Le dijo: “Seguro estás con tu rostro y tus ojos inflamados”. Como el silencio continuaba, el autor atinó a decirle, antes que el crítico explotara: “Está bien, tienes razón. No sabía qué hacer para quedar bien con mi familia y mis amigos de colegio. Pero recuerda que tú me lo dijiste: “la violencia vende”, y esa frase jamás la olvidé, penetró como un cuchillo entre mis sueños”. Ahora la utilizo y justamente tú me lo reprochas”.
El crítico siguió imperturbable en su silencio. Porque se dio cuenta, finalmente, que él también era un mercenario de las letras.
(B)
Un autor escribió una novela titulada “Todos somos hijos de Pedro Páramo”. Trataba sobre la vida de una familia campesina, en épocas de la violencia, cuyo destino fue una fosa común, tan grande como el olvido.
Con el transcurrir de los años, (el libro fue un éxito de venta en las librerías) ese destino no llegó a ser una fosa, sino la memoria, el recuerdo y la historia de todo un país.
Pero ni los periódicos, ni las revistas, ni la televisión se daban por enterados, a pesar que el libro no dejaba de venderse y de vivir entre los anónimos lectores, entre cuyas manos parecía resucitar ese cuerpo desaparecido.
Los críticos, que son como los espías del pensamiento y la sensibilidad de los lectores, no decían nada. Cuando en alguna reunión les susurraban sobre el libro, bebían sus cócteles y se daban media vuelta como buscando palomitas en el techo.
Sin embargo, en sus casas, eran unos hombres tiernos, padres insobornables de sus hijos, amantes entrañables de su esposa. Y si algún vecino se atrevía, incluso con el pétalo de una rosa, amenazar a su familia o a sus perros, eran capaces de dar la vida por ello.
Mientras el autor seguía viviendo en la tristeza de su obra. Y no porque todos lo olvidasen, pues era bien recibido en las reuniones y agasajos oficiales, sino porque no tenía las fuerzas suficientes para luchar contra los días hostiles y los críticos. Y peor aun, contra su propia conducta personal. Porque todo, absolutamente todo, lo aceptaba y permitía.
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