miércoles, 9 de abril de 2008

NECESARIA DECLARACIÓN TESTIMONIAL

De: joo cesar - jocajoo1@yahoo.es
Fecha: Lun, 7 de Abr, 2008 3:18 pm
Asunto: RV: Fw: Comparto esa generosa opinión del Gran Poeta Winston Orrillo

----- Mensaje original -----
De: Amado Amado
Para: alfarero@terra.com.pe
Enviado: Sábado, 05 de Abril de 2008 07:14 a.m.
Asunto: NECESARIA DECLARACIÓN TESTIMONIAL

NECESARIA DECLARACIÓN TESTIMONIAL

De Carlos Garrido Chalén

(Poeta Peruano)

















Aunque a nadie le interese

yo nací en el Norte mágico de un país llamado Perú:

viajero incógnito en todos los mapas del planeta:

pero confieso que no me dolieron en aquel entonces

los dolores de parto de mi madre como ahora

que intento sobrepujar con sabiduría los recelos

y de gozar lo que es mío en esperanza.

Nací en forma individual y por primera vez

al final de un arco iris,

justo el día en que se inventó el incendio

y fui tea para encarrujar

la vieja oscuridad de los cerezos.

Y siempre digo:

Qué tal grandeza de mi madre

que pudo con tanto nacimientos sucesivos.

Y fui el primero en llegar a su tierra de promisión

y conmigo vino Dios a pasar sus vacaciones en mi tienda

y subidos en los botes anclados en los muelles

nos íbamos en oración hacia alta mar

para pedirle explicaciones a la brisa;

y los pescadores nos imaginaban sus colegas

y compartían nuestro júbilo gitano.

Por eso de ese parto no me voy a olvidar jamás,

Ni de los grillos que a las 8.30 de la noche orquestaban mi arribo,

Mientras mi Padre, todo él,

con sus ojos vidriados por el llanto

le decía a mi Madre que la amaba.

De todo, lo aseguro, yo me daba cuenta,

y sabía en mis adentro que no estaba solo,

que venía, es cierto, a un mundo trágico y hostil,

pero que ese era acaso mi designio.

No me puedo entonces haber rebelado por eso contra Dios

porque he bebido la gota de su cisterna

y lo raudales de su pozo.

Me tocó venir, y mi venida la he aceptado sin enfados

con la suerte de haber merodeado la nada y el todo

al mismo tiempo,

de saber que Dios vive en el nardo y el azafrán

pero también en el aire sin mácula

de todas las colinas.

Por eso repito que aunque a nadie le interese

yo nací en un pueblo pequeño de gente huraña pero buena,

y supo la casa de mi tía Targelia de historias benditas

que el viento nos contaba.

Mi hermano Hugo, el último de todos mis hermano,

no estaba ni siquiera en el proyecto austero de mi Padre,

pero ya lo conocía desde ante de mi arribo

y sabía de su genio de gruñón y su escondida ternura

de calandria;

pero él entendía que vendríamos a pulular en el dolor

y entonces se nos dio por complotar contra la muerte.

Pudo él haber sido el primero, pero fue el décimo:

Vino cuando ya América había sido descubierta

Y mi Madre definitivamente conquistada por mi Padre.

Yo entonces fui el primero

Y me tocó venir a la hora del grito, llegar aquí

a la hora del relámpago y del trueno

sin testigo numerosos que prealumbraran la mano santa

de la Comadrona;

y cuentan que un alacrán le puso misterio a aquella noche:

magia de procesión y de suspenso. Pero supe que en el mundo

hay venenos más mortales que los de aquel arácnido

de aguijones curvos

que nadaba regodeándose en mi cuerpo.

Y sobreviví a la muerte siendo un recién nacido

- como para no morirme jamás –

Y disfruté escuchando los parecidos que me encontraban:

Unos decían que era igualito a mi Padre y otros que a mi Madre;

Algunos me encontraban semejanzas con mi Abuela

(la mía por si acaso).

Yo sabía que me parecía a mí mismo

Y que era distancia

de mi propia distancia.

Pero de qué sirve a la vida que uno se parezca a alguien

Si el parecido no vale de nada cuando se está solo,

cuando la tristeza llega al corazón y nos muere la zozobra.

Por eso no asisto ni a mi propio cumpleaños

para no parecerme ni a mi sombra.

Soy hijo de quien soy y punto. Estoy

buscando un nombre bíblico

para el perro que tendré algún día

y quiero que mi molino muela para mí y para mi vecino.

He venido a este mundo cargado de regalos y de viejas consignas

y aunque Dios no necesita de slogans ni de discursos políticos

para ser un líder en la Gloria,

me he traído de sus muchas moradas sus gritos de insurrección

para incendiar las praderas.

Y heme aquí

Corsario en un buque que contrató el cuchitril

para navegar la noche de mi pueblo;

de ese pueblo lindo pegado al mar

de cerros encantados y nereidas.

Allí aprendí a saludar y respetar a mis mayores

y bajo el runrún belicoso de las olas espumosas

me convertí en héroe de mis propias batallas.

Muerto y vivo. Caído y levantado.

Derrotado y triunfador al mismo tiempo,

soy a veces una luz intermitente que se extingue

pero también una metralla disparada al dolor

y una canción de cuna cuando me enternezco.

Galardonado aquí y allá, nadie no obstante

distingue mis medallas

ni me sale a recibir cuando yo llego.

Y allí están mis diplomas despintados

Hablándome soberbios de mis triunfos pasados

que al mundo no interesan

y están también

mis blancos escarpines de niño

pintados con cauchín

con los que marchaba en los desfiles de mi escuela;

están mis cartas de amor que nunca llegué a remitir

por falta de destino,

mi cerda de pescador, mi caballo de totora y mis colores Faber

con los que pintaba a Dios subido en una nube.

Todo está allí como reserva de mis buenos tiempos:

como una atalaya desde cuya altura un clarividente

deletrea frases proverbiales para el tiempo,

Mientras yo, abajo del talud,

con mis ojos triste profetizo.

Me hago a la mar sin mar de fondo que contenga mis iras

y sin secretos posibles que ocultar cuando me muero.

Adónde estará la casa donde nací

adónde sus cerezos.

Adónde morará insomne mi primer grito de libertad

sino tengo ahora voz que repita en eco

palabras importantes;

si ahora voy mí mismo y encuentro que ya me he ido,

solo, cabizbajo, buscando en la heredad del espino

una palabra amiga que acaso me comprenda.

Adónde andarán Señor mis sueños de trovador

ahora que necesito cantar

y no hay manera posible de sobrevivir al canto,

Ahora que necesito vivir y no hay quien comprenda

que para vivir se necesitan dos

y yo estoy solo.



Pero la aurora canta ahora el idioma de la restauración

y hay un Dios monologando con el viento

que en la mitad del discurso e percata que existimos

y voltea la mirada para vernos.

De modo que no todo está perdido

(aunque parezca que estoy aquí como si saliera

un poco movido en la fotografía

y con mi corazón en huelga de hambre).

Allí está para demostrarlo mi Madre que a sus 50 y tantos años

sabe de la ilusión y la comparte con nosotros,

Mi Padre que registra en sus ojos verdes el paisaje

de esa tierra inmarcesible que forjaron

nuestros viejos pioneros en la bruma;

Está ella, con su voz de acero,

buscando un horizonte de amor en mi ternura.

Y yo que no quería nacer

estoy jugando con la sombra

de mis caídos abuelos que se fueron,

y porque tras de ahora vine lo que fue antes

(y antes fue lo que será ahora)

sé que es dulce el tañer, dulce el cantar, dulce el escuchar;

y no me importa que contra mi agucen sus ojos pájaros extraños,

se junten para entregarme si pena a los impíos,

me rodeen sus flecheros o cubran de polvo sus escudos.

No rebusco rencores ni recojo agravios

ni blando mi espada vengadora

por que aún los moradores de mi casa no me tienen

por extraño

ni la hiel de las áspides penetra en mi torrente.

Lo único que sé

es que el sol nunca se pone en mis dominios.

Voy a mi pueblo, antes que lo devoren los años

transcurridos

Y la saeta traspase su corredor y consuman su fuego

los fantasmas

Y le pido a dios que tolere el temblor

que estremece a mis manadas,

que aquí está, escuchen, el tamboril, la cítara y la flauta,

los huesos regados de tuétano y las vasijas repletas de miel

para las viudas;

que no me turbe el espanto repentino poniendo palabras

innecesarias en mi corazón.

Yo quiero que ahora me llamen por mi nombre

para tener cobertura contra el frío

hoy que en la ciudad dicen que gimen los moribundos

y claman las almas de los heridos de muerte en la batalla.

Sólo soy un viento

que aviva el fuego tembloroso de mi exilio

y ante los demás pongo por testigo a mis obras concluidas.

Y aunque hasta ahora no sé para qué sirve una ventana

y todo me preocupa

no bebo cerveza al final de algún combate

en el cráneo de mis vencidos enemigos.

Estoy repleto de hasta luegos que invaden el crucero.

Por eso busco en los sábados en que me abate la tristeza

el territorio conquistado de mi infancia

para ser más bueno;

y porque en cada tumba hay un adiós que se repite

con el escudo de mi fe avanzo

a favor del viento

o contra el viento

y me anticipo a aquel despido que se acuna en las grupas

de la muerte,

y me voy por las aguas de la normalidad

en mi barca invisible

para encantarme en sus oleaje, a como de lugar,

seguro de ser un trovador de puerto y un cantor de puna.

Si mi prójimo me deja confuso, soy sabio:

consulto el caso con mi corazón

y entonces pienso que lo peor que me puede pasar

es sentirme ausente.

Viajo porque soy un viajero sin pasaje comprado

que transcurro a dedo los recodos ignotos

pero si me preocupan que un día los diarios anuncien

la blasfemia de que Dios ha muerto.

Y digo: primero yo Señor, para no ver a tus enemigos

con su risa a lo Perro Pulgoso diciendo:”Ya ven

que el hombre no era inmortal”.

Y si así sucediera, prepara todo Señor

para que la noticia no trascienda

y no caigan los dogmas ni tantas dignidades,

para que el que planta y el que riega

sigan siendo una misma cosa a la semilla.

Porque tus enemigos son también mis enemigos:

A ellos – que los traspasarás con tus saetas –

los supongo, pero gracias a ti no los conozco

ni me interesa conocerlos.

Sé que diariamente complotan para llevarme al cadalso,

Hablan de mí, me inventan cuentos y en su fanático delirio

sueñan con verme metido en un destartalado ataúd

extinto para siempre

pero jamás les hice nada

y como no conozco el odio los ignoro.

Los míos sin embargo me salvan de la muerte diariamente,

se enfrentan por su propio riesgo al enemigo,

me llaman a la reflexión y prueban que me aman

y me nutro del amor de todas sus edades,

y salgo a la calle convencido

que no encontraré al diablo

hurgando en mi futuro;

cruzo las veredas pensando que el mundo es mucha más

que un lodazal y me enternezco

y porque soy poeta y entonces hombre

me conmueven las calandrias

que vuelan mi ciudad

limpiando el Cielo.

Por eso, a mis enemigos los supongo,

pero gracias a Dios no los conozco.

No vale la pena conocerlos.

Dicen que vienen a mí con sus armas en ristre

con un yugo de hierro sobre el cuello

dispuestos a vencerme

pero tengo la espada de mi amigo de arriba

debajo de mi almohada.

Como el trillador, bieldo en mano, separo la paja del trigo

cuando quiero,

y la gracia del que habitó en la zarza me defiende.

Jamás contraté guardaespaldas porque guardianes invisibles

- con su fuerza de búfalo –

me cuidan el camino

pero puedo enfrentarlo sin su ayuda

en el día y hora en que me reten

y embriagar con la sangre de los muertos mis saetas.

Porque el viento y las olas siempre fueron

a favor del que sabía navegar.

Soy pacífico en tiempos de paz, pero guerrero comprobado

- gente de guerra – en tiempos de combate

y no le tengo miedo al polvo del desierto

ni a la bruma renegona del ocaso.

Yo conozco el amor y eso me basta.

Ninguna puerta entonces debe estar cerrada

Y cada vez me convenzo más que existe un Dios

saliendo de la cárcel en la que todos pernoctamos

y que vendrá mañana vestido de púrpura encendida

a ver dónde nacimos.

Y yo le enseñaré el cerezo de Tucillal, la escalera de mi casa;

y convocaré sin prisa a mis abuelos muertos

para arreglar con ellos todos los entuertos.

Y entonces me olvidaré que esta piel que habito

me la prestó el invierno para no morirme de fantasma

e iré a mi designio con todos los vivos y los muertos que me invocan

para consignar tu nombre,

en el libro de la eternidad y del silencio.

No me he aprendido de memoria a Dios

para ufanarme soberbio que es mi amigo.

Su nombre me lo dio la tarde una mañana oscura de cansancio

y supe de su vivir cuando aún el arco no era iris

y yo era un simple nonato vagando en el espacio

exiliado en el runrún del trueno quejumbroso.

Conozco la playa de mi pueblo

como si la hubiera pintado de memoria

Y a ella voy diariamente, con mi disfraz de buzo

para buscar en el interior de sus brumosas olas

sus tesoros.

Nadie podrá por eso decir que me he olvidado de amarlo

intensamente.

Mi pueblo es mi pueblo, y yo lo amo con mi mejor amor.

Subo a sus cerros, me deleito en sus caminos, reto sin enfado

el tracto sucesivo de sus ecos y de noche

hago un aquelarre en su viejo cementerio

y todos mis paisanos muertos salen a mi encuentro

y me entero sin querer de sus secretos.

Sé entonces que la muerte es una ficción

y la vida una locura.

Por eso he prometido que mañana, pasado y todos los días

de mi vida (y de mi muerte)

iré a visitar a mi vieja Magdalena,

y merodearé su tumba para contarle cuánto la he amado.

Me subiré a mi monte y contemplaré su tierra prometida

desde mi tribulación para encontrarla

Y seguro estará allí – toda ella – con su belleza serrana

Recuperada la vista y sin sus males congénitos,

sin quejas ni melindres

con ganas de vencer su anticuada tristeza.

Yo iré con mis mejores olores

para hacer mis pagos por la vida;

y ella sabrá por fin que la muerte no existe

que se fue a otro lugar a cumplir un designio

y que aunque las posibilidades de regresar

son muy remotas

lo que importa no es venir

sino saber que uno marcha a otro destino;

iré a su podio para contarle de nuestros avatares

del dolor de la alondra y del júbilo del río.

Porque el corazón esperanzado

lo tiene todo en su esperanza;

y como seguro me preguntará cómo está mi Madre,

le diré que por decisión mía, exclusiva,

ella no morirá jamás,

que vivirá por siempre en la fragancia interminable

de la rosa,

tierna como no hay otra,

venciendo el ocaso de los años transcurridos

militando sin prisa, con su constancia a cuestas,

en ese amor tan suyo, sin edad, ni tiempo

y sin distancias.

Por eso el sol nunca se pondrá jamás en mis dominios.

Yo vine de un pueblo que me enseñó

que siete veces cae el justo

Y si lo es, otras siete se levanta

Y quiero ser resplandor en la luz y calor en el fuego

de todos los instantes.

Hoy ya no me platean las retinas

las olas ondulantes de mi lugar natal

ni los cerros que legraban el amor de mi mocedad

perfilan sus siluetas en mi alma

pero me he traído el murmullo de sus caracolas

en mi alforja

y las lanzaderas de sus telares

para tejer la tela de mi prójimo afligido

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