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Fecha: Lun, 22 de Sep, 2008 7:32 am
Asunto: Ecos de La Oroya
Ecos de La Oroya
Autor: Guillermo Giacosa
Días pasados me sorprendió, en la edición digital del diario Clarín de Buenos Aires, una foto y un artículo sobre La Oroya a la que citaban como la ciudad más contaminada del continente. Hace dos años andaba yo con ganas de respirar basuras diferentes a las que respiro en Lima, como el plomo por ejemplo, y visité esa ciudad. Me conmovió muchísimo un hecho aparentemente menor. Al pasar frente a uno de esos lagos andinos que son como un espejo en la soledad y el silencio, le comenté al conductor del carro particular que me llevaba sobre la belleza del mismo. El hombre, acostumbrado a ver lo que quienes no vivimos allí no vemos, me respondió: "Parece bonito, ¿no? Pues pregúntele a los pájaros, que si se atreven a beber una sola gota de su agua mueren fulminados. Ni siquiera se acercan, parece que ya se han pasado la voz".
La belleza de ese lago preludio de la muerte era todo un símbolo de La Oroya que vería después, y que el diario Clarín describe con precisión. Es, además, una suerte de síntesis del horror de la sociedad moderna que, tras los carteles luminosos y el aroma a modernidad de alguno de sus barrios, oculta una realidad de muerte y desolación que solo aparece cuando somos capaces de intuir lo que existe más allá de lo que ven nuestros ojos.
Clarín se ocupaba en estos términos de la sufrida ciudad andina: "Los enormes réditos económicos que el Estado peruano está logrando por sus riquezas mineras le están costando un alto precio a la ciudad de La Oroya, a 3,750 metros sobre el nivel del mar. Días atrás, una organización ambientalista volvió a colocarla como la más contaminada de América y entre las diez del mundo. Encajonada en un valle andino, a solo 175 km de Lima, sin vegetación y castigada por el frío, La Oroya es sede de la principal fundición metalúrgica del país. La ciudad tiene unos 33 mil habitantes y, en el lugar, no llama la atención la basura o el barro: es un municipio más limpio y ordenado que el promedio de la zona andina. Allí la contaminación es casi invisible: está en el aire, donde flotan micropartículas de plomo, sulfuro, arsénico, cadmio y otros componentes altamente tóxicos. Todo asciende al cielo desde la enorme e incansable chimenea de la fundición".
"En las mañanas, sobre todo en invierno, el aire se espesa. Se produce una neblina y, a los pocos minutos, llegan la picazón en la garganta y el ardor en los ojos. Según cifras de la organización estatal Digesa, solo el dióxido de azufre superaba –en una medición de este mes– los 27 mil microgramos por metro cúbico. Mundialmente, a partir de los 2,500 se considera una situación de emergencia. La empresa estadounidense Doe Run, que opera la enorme fundición, produce cobre, zinc y plomo. Y es la principal proveedora de empleos –directos e indirectos– de la ciudad. Sus directivos no niegan la gravedad del problema. Pero dicen que la llamada 'contaminación histórica' es anterior a su llegada al lugar, en 2003. Y afirman que están haciendo 'esfuerzos' para mejorar el ambiente en la zona".
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