jueves, 7 de agosto de 2008

ALEGATO EN NOMBRE DE UNA GENERACIÓN

De: "UDP ... forjando la Unidad del Pueblo" - udp@peru.com
Fecha: Jue, 7 de Ago, 2008 12:05 pm
Asunto: ALEGATO EN NOMBRE DE UNA GENERACIÓN - reflexiones de Alberto Gálvez Olaechea

Raúl Wiener
Analista



Alberto Gálvez Olaechea


Aguinaga: la ministra de Justicia no debió entregar el premio del concurso que su propio Ministerio había convocado para promover el desarrollo de la literatura entre los presos.

Gutiérrez: se debió establecer entre las condiciones para inscribirse que no podrían participar los condenados por delito de terrorismo, o sea que este concurso era para todos los presos, pero no para todos.

Morales: ¡Cómo se le ocurre al INPE dar oportunidad a personas que han hecho tanto daño al país!, cuando seguramente los demás presos se caracterizan por no haber hecho ningún daño a los peruanos.

Los tres vicepresidentes de la Mesa de Velásquez Quesquén han opinado en un medio tan representativo como "La Razón" sobre la entrega del premio al ex dirigente del MRTA, Alberto Gálvez Olaechea, por un cuento que el jurado calificó como el mejor de los presentados. Y lo han hecho en el contexto de una polémica sobre el derecho de un sujeto acusado de crímenes de lesa humanidad y corrupción agravada, de recibir baladistas, brujas, financistas, publicistas, etc., en su celda, polémica en la cual hasta el presidente de la República ha metido su cuchara para decir que es de lo más normal, y no hay pacto bajo la mesa.

Alberto Gálvez Olaechea ha cumplido veinte años en prisión, sin haber matado, secuestrado o hecho volar ningún coche bomba, y es autor de los más importantes estudios de balance y autocrítica sobre la guerra interna en el Perú. No estoy seguro que haya llegado a conocer a su hijo que nació mientras estaba en prisión. Pero nunca ha llorado por un privilegio carcelario que no fuese para todos los que comparten la prisión con él. Y es por sus méritos literarios que su cuento fue calificado como el mejor.

Pero, ¿por qué le siguen teniendo tanto miedo a alguien que no está haciendo ninguna apología de la violencia y que ha mantenido una postura casi estoica frente a un largo castigo? Tengo la impresión que los irrita precisamente que no se haya quebrado con el régimen que le impuso el fujimorismo y persiste en lo esencial bajo el alanismo; que les molesta sobremanera su plante, su serenidad, su capacidad de ironizar, desde la posición en que se halla; que los saca del quicio reconocer alguna superioridad intelectual en personas a las que habían motejado de "irracionales", etc.

Aguinaga, Gutiérrez y Morales, no son sólo oportunistas sino mediocres o menos que eso. No ganarían un premio a nada. Por eso les irrita Gálvez. Es fácil de entender.



Tomado del Diario LA PRIMERA (06.08.06)





Alegato en nombre de una generación

Entiendo que el personaje ha pasado los 50 años. Debió, pues, nacer a fines de los años cuarenta o, tal vez, al comenzar los cincuenta. Estudió en la universidad y sus lecturas -hechas entonces o durante los 18 años que lleva en prisión- han sido adecuadamente usadas en las dos carillas que escribió con cuidado para leer ante sus jueces. Pero en el texto hay mucho más que citas pertinentes. Hay, sobre todo, una reflexión muy madurada. Es ese tipo de reflexión que convierte lo vivido en experiencia, en lección aprendida, en sabiduría personal.

Por cierto, en el texto hay una reivindicación -amparada en Hamlet de Shakespeare- del haber tomado "las armas contra un mar de dificultades y, al hacerles frente, acabar con ellas"; recurso que constata en Nicolás de Piérola y sus montoneros, en las insurrecciones apristas de 1932 y 1948, y en las guerrillas de los años sesenta. En esa lista de nuestra historia, sólo Piérola venció y la insurrección, ya lo sabemos, sólo deviene legítima cuando triunfa.

Los vencidos, en cambio, se quedan sólo con sus razones. La que ha escogido Gálvez la tomó prestada de Hubert Lanssiers -ese sacerdote francés que tanto de bueno le ha dado al Perú-, quien llamó a la insurgencia "imperfección de la caridad". No creo que sea aplicable a todos los insurrectos, especialmente cuando uno recuerda algunos actos de horror cometidos. Pero, si se mira a los motivos personales, probablemente un componente -al lado de otros, menos nobles- sea, en efecto, la caridad; en palabras de Gálvez, "un compromiso e identificación plena con los sufrimientos y las esperanzas de los desposeídos y humildes".

Soy consciente de que ese testimonio puede sonar como un alegato inverosímil -o, lo que es peor, un rastrero esfuerzo para ser exculpado- a oídos que no siguieron el proceso de esa generación. Es decir, quienes no supieron del intento, genuino en muchos, de asumir "la política como un apostolado, una entrega total al ideal de justicia y solidaridad". Apenas unas décadas después, las motivaciones de la conducta personal se han vuelto absolutamente individuales y pensar en los otros no está de moda; ni siquiera es imaginable.

Pero en la generación de Gálvez hubo gentes que tomaron la política como una responsabilidad con los demás. No puedo probarlo ahora. Sobre todo, en medio de una campaña electoral en la que tanto oportunista con un pasado de izquierda se ha encaramado en el carro que le quedó al alcance, con tal de lograr su objetivo de ahora y seguramente de siempre: llegar al poder.

Sin embargo, la política tuvo entre nosotros una etapa de fuerte contenido moral, por lo menos para algunos. Y, en ella, hubo quienes consideraron "un camino necesario: el de la lucha armada". ¿Eso los exculpa? Por supuesto que no y Gálvez lo sabe; por eso se acusa del error de haberse atribuido "una representación que nadie nos concedió y autoerigiéndonos en voluntad justiciera de un pueblo que no había sido consultado".

"No reniego de mi pasado ni de mis sueños. Formo parte de una generación que fundó sus rebeldías en su aspiración de justicia social y solidaridad. Quisimos cambiar el mundo y hacerlo ya. Estábamos llenos de impaciencia y urgencias impostergables. Primero alzamos los puños; y después, en los puños, las armas. No tuvimos en cuenta la advertencia de Bertold Brecht en su poema a los hombres futuros: también la ira contra la injusticia pone ronca la voz; también el odio contra la bajeza desfigura la cara."

El error no es fácilmente disculpable. Como reconoce el texto, con la guerra a la que él, como dirigente político, contribuyó significativamente, "la magnitud de los agravios aumenta, las heridas se amplifican, los rencores se maceran" y "se desencadenan fuerzas y pasiones que se van tornando ingobernables y nos atraviesan a todos. Cuando los disparos cesan, quedan secuelas y heridas abiertas: las víctimas y sus familias, los vencedores y los vencidos, los miedos y las rabias". Gálvez lo sabe ahora.

La lucha armada, iniciada por Sendero Luminoso y ampliada por el MRTA, precipitó en el país una espiral de violencia y facilitó la instauración de una dictadura que se justificó a sí misma -y que aún hoy muchos consideran justificada- por el combate a la subversión. Los demonios que salieron entonces, en un país de subterráneos infernales, todavía andan sueltos. Quienes echaron mano a la insurrección no son responsables sólo de determinados crímenes; también lanzaron irresponsablemente al país por una pendiente de muerte y degradación.

No sólo ellos son culpables. El texto de Gálvez recurre nuevamente a Lanssiers para recordarnos que si la "caridad imperfecta" es equivocada, la indiferencia es peor. De ésta son culpables muchos más que aquéllos que murieron en el intento subversivo y muchísimos más que quienes se hallan en prisión. Acabada la guerra, los culpables por indiferencia reinciden cada día en el Perú actual, cuando rechazan el reconocimiento de su responsabilidad en un estado de cosas que fue la atmósfera propicia para la subversión y, al haberse mantenido y agravado, es el ambiente propio de un país inviable.

De la derecha peruana se puede decir hoy lo mismo que Gálvez apunta en la izquierda: "Cuando la política se sobrecarga de ideología, los resultados suelen ser funestos". Las elecciones de este año probablemente volverán a demostrárselo a una derecha egoísta e inconsciente -desde hace algunos años, fanáticamente neoliberal-, que no ha sabido ver más allá de sus intereses y que no aprende de la historia.

Por eso mismo es que el reproche de Gálvez a la insurrección -citando a Machiavello- de "proceder en discordancia con los tiempos" también es imputable a los demás actores políticos peruanos. Unos perdieron y están muertos o presos. Los otros ganaron pero lo hicieron sólo mediante la fuerza de las armas; solamente para "restablecer el orden", como gusta decir el discurso reaccionario refiriéndose a su orden. En definitiva, los hondos conflictos peruanos no fueron resueltos y la intentona subversiva fue, peor que infructuosa, profundamente dañina.

Gálvez reconoce el error histórico de la subversión y, en términos apretados, pasa revista en su alegato a los factores que la hacían inviable. El precio pagado por su error ha sido tan alto como inútil: torturas y maltratos, la separación de los suyos, y "el constatar que a ese pueblo, al que idealistamente ofrendé mi vida, le es indiferente mi destino".

Concluye el autor: "Nos equivocamos: si bien los fines fueron justos y nobles, erramos en la elección de los medios y extraviamos los caminos. Reitero mi pedido de perdón a quienes pudieran haberse visto afectado por mis actos, así como mi disposición a perdonar a quienes alguna vez me torturaron y maltrataron".

¿Se puede pedir más? Humanamente, no. Pero los jueces han creído oportuno imponer 23 años de prisión al autor de este alegato.


Tomado del Diario PERU 21 (23.03.06)

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